Por SILVIA GRIJALBA. Fotografía CHEMA CONESA
Tiene algo de personaje de El Greco peinado hacia atrás, con esa elegancia que aportan la delgadez, algunas arrugas y un cierto aire de melancolía que no tenía el amo del universo de hace 20 años. Pero no, no va en chándal (como se ha leído por ahí), ni vestido con una túnica blanca, ni entona cánticos exóticos, ni, como él mismo remata, ha perdido la cabeza. «Hombre», apostilla con leve sonrisa, «no sería raro que alguien pudiera pensarlo. Pero eso es que no me conoce, porque yo siempre he estado interesado por estos temas, desde que tenía 17 años».
Con «estos temas», Mario Conde se refiere a la espiritualidad, y la espiritualidad, claro, va por dentro. Por fuera, Mario Conde nos recibe con su porte intachable de siempre: zapatos castellanos, corbata de seda y un impoluto traje gris cruzado.
Romper con el tópico es complicado. De entrada, resulta difícil creer en el nuevo Mario Conde que se ha dejado entrever en sus últimas entrevistas televisivas: un estudioso del mundo espiritual, sin aparente rencor después de la lluvia caída, que ha pasado los años de prisión meditando y estudiando el Tao y la Biblia. Porque recordemos de quién estamos hablando. De Mario Conde, el adalid del éxito, el hombre más envidiado, odiado, admirado y emulado durante los años 80… Si Tom Wolfe le hubiera conocido, seguro que le habría inspirado una nueva versión de La hoguera de las vanidades, tan larga, que ahora tendría una segunda parte de la novela aún más interesante que la primera.
P.Cuando usted estaba en la cárcel, su mujer le dijo que no iba a haber quién le sacara de allí, que estaba haciendo exactamente lo que llevaba años deseando: estudiar, leer, meditar…
R.Sí, efectivamente. En una visita que Lourdes me hizo con mi hija Alejandra, ésta me dijo que me veía feliz, cuando, claro, lo lógico, si vas a ver a tu padre a la cárcel, es que esté derrotado, deprimido… Pero tenía razón. Estaba haciendo lo que yo, a los 17 años, cuando Lourdes y yo nos conocimos, quería hacer. Levantarme de madrugada, disfrutar del silencio de esas horas, estudiar, profundizar en temas relacionados con la espiritualidad, la trascendencia y meditar, que es algo que me ayudó entonces y que sigue siendo muy importante en mi vida, porque al fin y al cabo, lo que consigue es ponerte en contacto contigo mismo, con tu esencia y eso sólo se logra así, con el silencio. Eso es lo que siempre me ha interesado y había tenido que dejar un poco de lado durante años, porque con Banesto había tenido menos tiempo para dedicarme a ello. Mario Conde ha abandonado su mirada de Mario Conde, la que imaginamos que pone cuando habla de su pasado financiero. Relaja la mandíbula, baja la voz, entrelaza los dedos…. Cuenta que, al principio, a los 17 años, pensó que la respuesta estaba en el catolicismo. Después, según confiesa, hacia el 68 –claro–, pasó por una etapa existencialista, pero Sartre tampoco le convenció e inició el largo recorrido, la investigación propia, sincrética, apartada de la ortodoxia de las religiones establecidas....
P. Usted ha dicho que las creencias son «analgésicos para el alma». ¿Vivimos en una sociedad de la analgesia, donde no se busca la cura sino la anestesia?
R. Sí, efectivamente, estoy convencido de que las creencias religiosas son analgésicos espirituales, pero no curan. Hay un momento en la historia de la farmacopea (no así en China) en la que se abandona al hombre y en vez de intentar curarle, se pasa a intentar apaciguar el dolor y se empieza a volcar todo el esfuerzo en crear analgésicos. Y eso se traslada, especialmente en la edad moderna, al tratamiento del espíritu. Es la necesidad de atenuar esa angustia de no saber quién soy, de dónde vengo y adónde voy. Y esta sociedad se preocupa de apagar el dolor físico, sin curar, se apoya en las creencias que aportan las religiones para amortiguar el dolor espiritual, pero también de una manera superficial, sin profundizar.
P. ¿Qué es para usted la espiritualidad?
R. La espiritualidad es un sentido de trascendencia. Hay un fenómeno no tangible, que tiene que ver con lo que uno siente, por ejemplo, al ver determinados fenómenos de la naturaleza. A partir de esa emoción sutil, te empiezas a plantear que hay una dimensión con algo que podemos llamar El Todo. Y empiezas a pensar que, quizá, cabe la noción de una materia más sutil que a lo mejor no es aprehensible por los sentidos. Esto, en la Edad Media, sería motivo de herejía, pero ahora sabemos que hay una materia que nos rodea, que son las ondas. De ahí se asciende a lo que podíamos llamar el concepto «alma».
P. Pues ya puestos, ¿qué es el alma?
R. El alma es eso que nos individualiza mientras estamos por aquí.
P. Pero a eso hay quien le llama personalidad.
R. En este mundo del espíritu, hay que acostumbrase a que la terminología no tiene la misma precisión que la ciencia. Sí, hay quien le llama personalidad, pero la personalidad se compone con elementos intrascendentes, como tu nombre, de dónde eres o quiénes son tus padres. Por encima de esos factores tenemos un alto reconocimiento interior y eso coincide, precisamente, con la capacidad de emocionarse ante determinadas cosas.
P. En su libro Cosas del camino, usted se refiere a esa corriente que relaciona cosas tan dispares como la física cuántica y lo espiritual, Dios, el alma…
R. Los buscadores científicos del alma dicen que la física cuántica no consigue demostrar que el alma existe, pero es que tampoco encuentran la materia esa de la que hablan. Han descompuesto el átomo, han llegado a los quarks y, al final, lo que encuentran es un vacío… Ese vacío no es vacío, ese vacío está lleno de sustancia sutil. Tan sutil, tan sutil, que nosotros, que somos unos groseros, le llamamos alma. ¿Que quieren llamarle energía? Pues energía. ¿Que quieren llamarle lo que sea? Pues nos ponemos de acuerdo, y le llamamos «tunfun», pero está claro qué es.
P. ¿A qué achaca usted el auge de corrientes espirituales fuera de las religiones «oficiales»?
R. A que, por una parte, cuando confundes lo religioso con lo espiritual y lo religioso con una forma de poder, más pronto o más tarde aquello no funciona. Y, en segundo lugar, Occidente, el Occidente mayoritariamente católico, ha fracasado en la gestión del Misterio. No es tanto que la gente se separe de la creencia en el Misterio, es más bien que no se cree que ese intermediario tenga que ser el que lo gestione y quiere hacerlo él mismo, directamente.
P. ¿Y es ahí es donde se explica ese triunfo de algunas filosofías orientales?
R. Efectivamente, en Occidente se está produciendo una cosa interesante que es el orientalismo. Llevamos demasiado tiempo viviendo en una cultura de la frivolidad, y lo espiritual no cabía. Hay una serie de gente que está convirtiéndose, entre muchas comillas, a la espiritualidad oriental, porque está cansada de pelear con los curas y las iglesias. En muchos casos es un acercamiento anecdótico, epidérmico, pero bueno…
P. ¿Hay cierto esnobismo?
R. Algo de eso hay. Técnicas como la meditación están teniendo más aceptación porque no nos suenan a nada de lo que nos han inculcado, ni a esa lucha con los curas… A lo mejor, queda menos elegante decir que estás sentado en el banco de una iglesia de pueblo, rezando, que decir que estás asistiendo a un curso de meditación.
P. Algunos conectan la crisis económica actual con la digamos «cultura de la frivolidad» que ha vivido Occidente durante las últimas décadas…
R. Yo ya lo dije hace tiempo, que estamos en una crisis que no es sólo económica, que es algo mucho más profundo. Concretamente, hablé de ello en el Vaticano en 1992 y en la Universidad Complutense de Madrid. Yo creo que es una crisis de sistema. Sí, muchos hablan de una «crisis sistémica», pero dan a entender que es únicamente del sistema financiero. Pero los sistemas financieros los gestionan personas. Unos señores que son presidentes, que son consejeros delegados, que son directores generales de los bancos, de los que controlan los bancos…
P. Cuando habla de «sistema», ¿a qué se refiere exactamente?
R. Un sistema es algo muy sencillo. Es la manera que tiene el hombre de relacionarse con el hombre y con las cosas. La gente percibe actualmente que, en el capitalismo en su versión más salvaje, el modo de relacionarse el hombre con el hombre, y el hombre con las cosas, no sirve. Y se pueden poner muchos parches, se pueden aplicar miles de trillones de dólares, pero ahí no está la solución… Hay un refrán: «Que tus bienes reparen tus males», pero los bienes del dinero no pueden reparar estos males, porque la cuestión es que no son males del dinero. Se trata de una crisis mucho más profunda, es una crisis de valores.
P. De valores, pero hay que advertir que no estamos hablando de los bursátiles…
R. Sí, sí, claro. Pero lo que puede parecer una broma no lo es tanto. Hace unos meses di una conferencia en Galicia hablando de todo esto, comentando que estábamos asistiendo a una crisis de valores, etcétera. Al final, en el turno de preguntas, un señor bastante mayor pidió la palabra y me dijo: «Don Mario, ya que usted habla de la crisis de valores, ¿nos puede decir en qué valores tenemos que invertir para ganar dinero?». Hubo una carcajada general, claro. A aquel hombre no le cabía en la cabeza que se pudiera hablar de otros valores. No he visto nunca una manera más gráfica de explicar que estamos ante una crisis de valores.
P. ¿Usted es de los que creen que esta crisis es positiva, que va a traer algo bueno?
R. Sí. Yo tengo mucha ilusión con lo que viene después de esta crisis. Me gusta vivir esta etapa de cambio. Cuando tenía pocos años, pensaba: «Al descubrimiento del cosmos no voy a llegar, América y todo eso ya está descubierto… ¡Pues vaya aburrimiento!». Pero ahora vamos a descubrir algo realmente nuevo: un nuevo proceso en las relaciones humanas, y eso me hace estar muy contento.
P. Habla de una transformación total, y las transformaciones suelen ser dolorosas.
R. Por supuesto, hay cosas inevitables. Yo creo que, lamentablemente, habrá rebrotes racistas. Sí, habrá momentos duros, pero todo eso pasará y lo que está por venir es muy positivo. Las estructuras básicas van a cambiar. Yo veo un nuevo sistema financiero, veo una sociedad que se va a fijar más en la estructura social de la convivencia y no en la acumulación por la acumulación.
P. Quizá ahora sea el momento de retomar esa idea que tuvo en 1993 de hacer una Fundación del Hombre…
R. Pues es algo que me vuelve a rondar la cabeza. Sí, estando en Banesto, en 1993, estaba muy enfadado con el hombre, con el producto humano que estábamos construyendo. Quería montar una Fundación del Hombre para decir: «Reflexionemos sobre lo que estamos haciendo, hacia dónde vamos», desde una dimensión espiritual. Eso ha sido algo que, como ya digo, me ha preocupado siempre, lo que pasa es que pocas veces trascendía a los medios de comunicación. Pero durante mi etapa en Banesto también organicé un Encuentro de las tres religiones, por ejemplo.
P. Una de las personas con las que contactó para crear esa Fundación del Hombre fue el marqués de Nothfort, uno de los nombres más relevantes de la masonería británica. Siempre se ha hablado de su relación con esa institución. ¿Pertenece usted a ella?
R. Efectivamente, el marqués de Nothfort era el gran maestre de Inglaterra, pero yo ya hace más de 20 años que no tengo ningún contacto con la masonería. En España ha sufrido muchos ataques. Por una parte, desde fuera, con el franquismo, que tenía una especie de obsesión con la conspiración judeomasónica. Y, por otra, desde dentro, porque había mucha gente que estaba metida en ella movida por cualquier cosa menos por una cuestión espiritual. Lo veían como una hermandad de socorros mutuos o como una vía para llegar al poder… Y eso mismo ha provocado su muerte. Se están haciendo, según me consta, esfuerzos muy notables por regenerarla en nuestro país, para devolverle su verdadero sentido, pero no estoy seguro de que se consiga.
P. Volviendo al día después de la crisis, ¿ve usted ya algún atisbo de esa «nueva sociedad» en la que tanto confía?
R. Sí, se está conformando una masa crítica de conciencia. Me refiero a eso que, si aludimos a Jung [Carl Gustav, psiquiatra suizo fundador de la psicología analítica], también podríamos decir que es un «inconsciente colectivo», aunque yo lo llamaría «consciente colectivo». Está empezando a surgir esa masa crítica, que es muy importante, porque ese pensamiento colectivo en una dirección concreta hace que el resto sintonice con esas ondas de pensamiento. No es algo nuevo. Un monasterio cisterciense, por ejemplo, es un lugar donde se crea una masa crítica de pensamiento, donde los monjes rezan, piensan y crean esa corriente que beneficia a toda la Humanidad.
P. Donde parece que no acaba de llegar esa masa crítica es a algunas grandes instituciones…
R. Sí, a mi todo esto me recuerda a la película El sexto sentido. Hay instituciones que están muertas, pero ellas no lo saben. Es como en la Revolución Francesa, cuando llevaban a los nobles para guillotinarlos y ellos saludaban a la muchedumbre, pensando que en vez de abuchearlos, los estaban aclamando.
P. Alguno podría pensar que dice esto (si obviara que ya lo decía en los 90) porque está resentido con todo «aquello»...
R. Si yo mintiera al decir que salí de allí sin odio y sin rencor sería un imbécil, entre otras razones, porque esas cosas se notan... Realmente, me permito ver el sistema financiero sin ningún tipo de rencor y decir claramente, porque lo sé: «Es que esto no es». Y, además, lo digo desde el que ya no tiene ninguna aspiración, de ningún tipo. A estas alturas: ¿a qué voy a aspirar? Pero sé que puedo ser muy útil y por eso tengo que decirlo aquí o en mi blog, donde ya hay una serie de gente que se da cuenta de todo esto.
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